Se despertó con una
extraña sensación y oliendo sus manos se dejó llevar nuevamente por el
recuerdo.
Cómo era posible que
un aroma la hiciese viajar en el tiempo con tanta perfección…
Se vio a sí misma
corriendo por aquél camino con tierra hasta en la boca, pero no le importaba
porque se sentía feliz. El olor de las cuadras mezclado con el aroma de algún
postre que sabia le esperaba al otro lado de la cerca, le avisaba de que estaba
llegando al hogar.
Y se vio corriendo
poseída por esa extraña felicidad que le inspiraba aquel olor al romero y la
lavanda que colgados de una cuerda en el patio la abuela dejaba secar.
Traspasaba el umbral
de aquella casa que olía a leña y carbón y como si de un ritual se tratase, se
encaminaba a la gran pila de piedra para lavar sus manos con aquel jabón hecho
al ritmo de alguna nana.
Acarició sus manos
como hacia entonces y casi llegó a notar la suavidad y aquel aroma a limpio que
la embriagaba y la llenaba de amor y de verdad.
Abrió los ojos y se
propuso inventar un rincón en su memoria donde poder conservar los aromas, los
recuerdos que la hacían volver al hogar.
Sería su lugar
secreto, sería su rincón especial.
Allí se sentiría segura…entre aromas que le concedieran
un retazo de libertad.
Este texto forma parte de una de las entradillas que hago al comenzar
mis talleres de meditación guiada. Y hoy lo he querido compartir con vosotros,
porque quién no ha evocado en algún momento de su vida momentos únicos a través
del sentido del olfato…